MANUAL DE AUTODESTRUCCIÓN por Poverello

Portada de EL TÚNEL

Hay sucesos en la vida de cada uno de nosotros que formarán parte eterna de nuestra materia gris desde el preciso instante en el que tuvieron lugar. Suelen ser aquellas cosas primerizas y poco importa si fueron desastrosas o de indescriptible disfrute, simplemente sucedieron en aquel irrepetible momento, por vez primera y por suerte o por desgracia se hicieron a sí mismas imborrables por encima del propio deseo de que así fuera: el primer beso, la primera vivienda, el primer trabajo, el primer... bueno, el primer coche, por ejemplo.

“El túnel”, del polifacético y controvertido Ernesto Sábato, ha entrado de pleno en esa indescifrable categoría (u Olimpo), de manera particular mientras regurgitaba las seis páginas de las que se compone el capítulo XIX. Es el primer libro con el que a punto he estado de abandonar su lectura gracias al mal trago que estaba pasando. Tan sólo de manera anecdótica pero igualmente intensa pude experimentar una sensación de angustia similar con las desagradables percepciones de Roquentin en “La náusea”, otra obra eminentemente filosófica con la que mucho tiene que ver esta de Sábato. Pero la crueldad deliberada y exquisita -perdón por el vocablo- de Juan Pablo Castel, asesino confeso de María Iribarne, se lleva la palma. Su mente enferma, disruptiva, bipolar y angustiosa conduce a los personajes principales de la trama a una tensión dialéctica de la que es inviable salir airoso en virtud de la recurrente estupidez celotípica y abstracta, de los insanos pensamientos de un ser que cree amarse tanto a sí mismo que en realidad se aborrece. Tan poca justificación es capaz de encontrar en sus actos a pesar de sus esfuerzos a lo largo de la novela que, de forma análoga aunque en sentido inverso a aquella puñalada que Dorian asesta al cuadro que lo ha destruido y que lo libera del mundo, Castel opta por la aniquilación de la obra que considera responsable de su mal, la declara chivo expiatorio y con lágrimas en los ojos le conduce a residir en el túnel del que jamás quiso salir: “sentí que una caverna negra se iba agrandando dentro de mi cuerpo”.

El existencialismo más radical y extremo del autor argentino, tan ausente de esperanza como rebosante de desconfianza en el género humano se puede resumir en una de las primeras impresiones que con fingida sinceridad comparte Juan Pablo con el lector: “que el mundo es horrible es una verdad que no necesita demostración” y el único método que ha ideado la humanidad para sobrevivir a este supuesto dogma es la desmemoria histórica, algo que no consigue ni por asomo Castel, condenado desde la primera línea, sobre todo por sí mismo, al ostracismo y a la incomprensión de los que tanto huye.

La contradicción concienzuda del personaje es de igual forma la punzante e ideológica que persiguió a su creador a lo largo de su existencia. Autodefinido como anarquista, presidente de la CONADEP (Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas) tras el fin de la dictadura, pero acusado a su vez por otros intelectuales de apoyar a Videla... Imposible es conocer si Sábato fue feliz o si recibió con implacable deseo el abrazo de la muerte, pero agradezcámosle al menos que nos haya donado las sentencias descorazonadas de “El túnel” y su descarnado nihilismo, porque a través de los pensamientos de Castel y su retorcida y sospechosa percepción de la vida (“me elogió los cuadros de tal manera que comprendí que los detestaba”) se llega a discernir con nitidez inaudita aquello que no nos hace mejores.

Curioso como dos personajes diametralmente opuestos en carácter, credo y maneras de relacionarse: Juan Pablo Castel y la desconocida de Zweig, me pueden resultar tan próximos y autodestructivos, y ambos consideran, absurdamente, que aman demasiado como si el amor sin complejos, alguna vez, pudiera ser excesivo.

Escrita hace 11 años · 4.8 puntos con 6 votos · @Poverello le ha puesto un 8 ·

Comentarios

@Tharl hace 11 años

Magnífica reseña, poverello.
Yo leí EL TUNEL en una tarde, encontrado por azar, imagino, en la misma colección. Rectifico, no lo leí, lo devoré. Y ya sabemos lo que eso significa. Se me escaparon muchas de las sutilezas que comentas, más bien todas, pero dejando a un lado alguna sonrisa cómplice -en especial en la crítica al psicoanálisis-, la lectura me dejó una profunda, imborrable y desagradable impresión. Lo que más recuerdo del libro es que me dio nauseas (no recuerdo en que capítulo exactamente pero sí que fue en crescendo a lo largo de la lectura con un clímax fatal). Ha sido la única lectura que he tenido la suerte de padecer que me ha provocado esto. Cerré el libro con mal cuerpo, con el estomago contrahecho y sin saber del todo por qué. Como tú dices, esa sensación no se olvida.
Se lo recomendé a dos personas, buenos lectores y mejores amigos y ninguno compartió mis impresiones. A uno le desagradó el libro por “afectado” y a otra le gustó pero sin pena ni gloria. Me alegra ver que mis impresiones son compartidas y no cosas mías. También es verdad que, no sé bien por qué, las historias de autodestrucción, cuando están bien escritas, me atrapan en su túnel e impactan más ninguna otra.

Hablando de comparaciones, como la que haces con Zweig, en mi lectura no pude evitar pensar, a pesar de sus enormes diferencias, en EL EXTRANJERO de Camus.

Añado el libro inmediatamente en la lista de futuras relecturas.

Un abrazo

@Poverello hace 11 años

Pues es cierto lo de 'El extranjero', Tharl, no había caído. Camus es que es otro que tal baila con esto del mal rollo, porque 'La peste' también se las trae en algunos momentos.

Lo de las náuseas ya te digo, si es que en muchos aspectos de monólogo interior y percepción de la realidad es igualito a la novela de Sartre. Por cierto, ahora estoy leyendo 'La espuma de los días' de Vian y no veas la caña que le meten a Jean-Sol Partre, que lo llaman cínicamente.

Abrazotes.

@FAUSTO hace 11 años

Buena reseña, Poverello, y comentario. Llamativo lo de las analogías con los personajes literarios. A mí también me llevó a comparar el protagonista con los personajes obsesivos de Zweig; aunque, en mi particular visión, llevé el parecido a la singularidad de Bartleby el escribiente. Una figura que me impactó extraordinariamente con su lectura, y que en otra semejanza, hecha en otra reseña, le emparejé con Meursault como “primos lejanos”. Por tanto, y con una simple regla transitiva, estoy de acuerdo con la comparación de Tharl de “El extranjero” y “El túnel”. Lógicamente en esta “relación” están incluidos los protagonistas monomaníacos de Zweig.

Volviendo a mí perspectiva de Bartleby y Castel (por supuesto, todas estas analogías son siempre subjetivas y siempre utilizando elementos metafóricos), ambas personalidades poseen una esencia común (soledad, incomprensión y alienados por la realidad) pero que sus diferentes naturalezas les hacen ir en distintas y opuestas direcciones.
En cualquier caso, y como explicas en el primer párrafo, son narraciones que emocionan y conmocionan en todos los grados posibles.

Un saludo para ambos.

@lucero hace 11 años

Tantísimos años hace que leí la novela de Sábato, en la escuela y como obligatoria. Ya antes de eso yo me había metido con Informe para ciegos. En fin y para decirlo de una vez, con el debido respeto, Sábato no me gusta. Es demasiado oscuro, no logré disfrutarlo, pero no por ello dejo de reconocer mérito literario. Una personalidad en nuestro país, pero me resultó infinitamente pesimista, que no es lo mismo que realista!. Fuí a una conferencia que brindó una vez en Mar del Pata.
Y después, justo es reconocer que había que coexistir como contemporáneo de Borges, Bioy, Cortázar, Macedonio, Lugones....

@Poverello hace 11 años

Lo de Bartleby me cuesta más verlo, Fausto, aunque es bien cierto lo de la esencia común entre ambos que comentas. No obstante el carácter flemático hasta el extremo del personaje de Melville me lleva a consideraciones menos crueles y viscerales que en el caso de Meursault y sobre todo Roquetin, que sin duda es con quien más similitudes veo, más que por el pesimismo de su pensamiento, por su forma de interpretar y vertebrar la realidad que los rodea y que la transforman en algo distinto. Digamos que una similitud mucho más interna y metafísica que lo que supone sus propios actos en sí, por los que quizá se asimilaría más al protagonista de la obra de Camus.
En lo que también tienes toda la razón es que cada uno de los personajes que salieron a colación (Bartleby, Meursault, Roquetin, Castel, la desconocida...) se quedan grabados en mayor o menor medida por su forma de relacionarse y comprender el mundo.

Por otro lado, lucero, ciertamente muy optimista sobre la naturaleza humana no es Sábato, aunque ya sabes lo que decían Benedetti y Gala entre otros sobre el tema: que un pesimista es sólo un optimista bien informado. Después de la conferencia lo mismo sale uno como para cortarse las venas. A principios de año leí la novela gráfica perpetrada entre Sábato y Breccia basado en una de las partes de 'Informe sobre ciegos' y que goza del mismo título y el mal rollo y la decadencia también supuran a manos llenas.

En fin... Abrazos a tod@s.

@Guille hace 8 años

Buena reseña, Poverello. Me gusta como combinas tus impresiones sobre la lectura con la crítica al libro.

Y el caso es que llegamos a una similar valoración de la novela a pesar de que nuestras interpretaciones difieren en varios puntos claves… o a lo mejor, precisamente por eso.

En primer lugar me ha llamado la atención que pienses que Castel no justifica sus actos cuando en mi opinión toda su confesión, toda la novela, es la defensa de esos actos. Es más, ni siquiera se arrepiente de lo hecho, más allá de darse cuenta de que también él ha salido perjudicado.

El otro punto importante de discrepancia es la ausencia de esperanza y la desconfianza en el género humano que atribuyes a Sabato en función de lo relatado en esta obra.

Todo el libro es la confesión de un individuo que no rige bien; como tú bien dices, un personaje de mente enfermiza y con una “retorcida y sospechosa percepción de la vida”. Él, que se define a sí mismo por “recordar preferentemente los hechos malos”, es el que nos endilga todos esos alegatos. Podemos dar la vuelta al argumento y concluir que la falta de esperanza y la desconfianza que nos comunica Castel quedan anuladas por su propia personalidad.

@Poverello hace 8 años

Bueno, Guille, celebro que te haya gustado la novelita de marras.

Por otro lado, en ningún momento digo que Casten NO justifica sus actos, sino que -y copio textualmente- "tan poca justificación es capaz de encontrar en sus actos a pesar de sus esfuerzos a lo largo de la novela que (...) opta por la aniquilación de la obra que considera responsable de su mal". Lo intenta, claro, a diestro y siniestro, pero no lo logra ni de broma.

Y que Sabato es un existencialista desconfiado, como todo buen existencialista, se aprecia sólo con leer su historia personal y el tipo de obras y ensayos que escribió. Nadie crea un personaje como Castel si su visión de la realidad y del ser humano es antagónica, del mismo modo que Zweig hizo con Mendel el de los libros o Sartre en La náusea. Este último un claro ejemplo de interpretación de la realidad a partir de una visión existencial del mundo.

@Guille hace 8 años

Entonces es posible que te entendiera mal: si lo que quieres decir es que no consigue convencernos de sus justificaciones, totalmente de acuerdo; si lo que dices es que no consigue justificarse ante sí mismo, discrepamos.

Yo no digo que Sabato no sea existencialista (concepto que, por cierto, abarca tanto que casi se ha quedado inútil); lo que digo es que si Sabato intenta defender con su obra la ausencia de esperanza o la desconfianza en el género humano, mal abogado se ha buscado en el impresentable de Castel: una persona trastornada, soberbio, egotista, patético en sus razonamientos y deducciones...

Por otro lado, el que todo existencialista es pesimista no está nada claro. Qué puede ser más optimista que pensar que el hombre puede ser lo que quiera ser ya que no tiene una naturazleza que le determine. Creo que no hay nada más esperanzador que esto, que se lo digan a los marxistas.

@Poverello hace 8 años

Generalizar es un tanto estúpido, por ser generoso conmigo mismo, ji, y no es mi intención decir que todos los existencialistas son pesimistas (aunque técnicamente lo que comentaba es que eran desconfiados, que es parecido, pero no lo mismo).
De acuerdo con que los existencialistas piensan que el ser humano es existencia y opción, lo que pasa es que la mayor parte de la población es más bien dada a creer en la maldad del individuo antes que en su bondad intrínseca. Es más cómodo hacer las cosas de forma egoísta que altruista, y esto es un lastre para los existencialistas, porque si eso es lo normal, lo normal es también la desesperanza, por eso escriben lo que y como escriben. Sí, todos podemos ser lo que queramos, pero es que lo normal no es querer ser generoso y solidario.

@Guille hace 8 años

Uf, esto excede al contenido de la novela, pero... qué leches.

Los existencialistas tienen muchos, pero que muchos lastres, poverello. ¿Por qué es más cómodo hacer las cosas de forma egoísta que altruísta? No lo es para seres sociales como las hormigas o las abejas. ¿Quizás es que estamos determinados en algún sentido para que nos sea más cómodo lo uno que lo otro? Entonces será que no somos tábulas rasas; no podemos ser lo que queramos, ni como especie ni siquiera como individuos.

@Poverello hace 8 años

No sé, Guille, si tus preguntas son retóricas o no, pero el caso es que no me parecía necesario explicar que el ser humano tiende de forma global (en momentos puntuales de su vida es algo más complicado valorarlo y explicarlo) a pensar más en el interés personal que en el colectivo. Podríamos verter ríos de tinta sobre diferentes corrientes filosóficas, pero, la verdad, no creo que sea necesario. Con echar un simple vistazo entorno nuestro (e incluso en nuestro interior si me apuras) es obvio que si nuestra forma de actuar fuera más solidaria que egoísta ni mi barrio, ni mi ciudad, ni mi país, ni el mundo en el que vivimos sería como es. Podemos entrar en valoraciones biológicas y demás vainas, o sobre nuestra capacidad exclusiva en el reino animal de racionalizar y de la abstracción, que consigue -entre otras cosas- que seamos la única especie que de manera sistemática, o por placer y no por instinto nos matemos unos a otros y hagamos lo mismo con otras especies.
Ojalá fuéramos como las hormigas y las abejas a nivel de relación social, pero es que no lo somos, y en ningún momento digo que no pudiéramos serlo, pero no es a lo que tendemos. Incluso hay estudios muy serios de diferentes biólogos que demuestran que determinadas especies como los delfines o algunos primates muestran (aunque no la tengan genéticamente tan elevada) una capacidad de empatizar mayor que el homo sapiens.

El ser humano sólo es tábula rasa como entelequia, lo que en cierta medida es un planteamiento burgués. Decía Melville que 'todo el mundo está preso, quien no lo crea que intente escapar'. Desde antes de nacer un niño está condicionado por la familia, el ambiente o el barrio en el que va a nacer, y la mayor parte del aprendizaje social que adquiera desde que sus ojos vean la luz dependerá de estos aspectos. No es lo mismo nacer en una de las barriadas más pobres de Córdoba con un elevadísimo riesgo de exclusión, que hacerlo en el Brillante, y las decisiones que un individuo toma ante determinadas situaciones dependen de sus recursos personales y los que se les permite tener desde las administraciones públicas. En los colegios del Brillante no suelen insultar al maestro ni sacarle una navaja, ni a la puerta del chalé hay un tipo día sí día también traficando con caballo.

No somos libres, por supuesto que no, aunque al final siempre haya alguna rara avis que sea capaz de revertir su realidad y sobrevolar por encima de la miseria, pero eso, en situaciones extremas, no es lo normal, del mismo modo que lo normal, sólo basta mirar la sociedad en que vivimos, no es pensar en el otro.

Abrazotes, Guille, que es verdad que esto se está saliendo de madre, ji.

@Guille hace 8 años

¿Y qué sería la vida sin estos momentos de salida de madre?

Intentando no ser retórico, me da la impresión de que tenemos concepciones muy distintas de lo que es el ser humano y de su potencialidad. En mi opinión, el ser humano, como toda especie viva del planeta, tiene una naturaleza que le es propia y que, a expensas de una nueva mutación genética, le determina. Y esto, visto lo visto, nos lleva a ser bastante pesimistas en relación al futuro de la especie, desde luego mucho más que a un existencialista.