ERASE UNA VEZ por sedacala

Portada de EL CONDE DE MONTECRISTO

Alejandro Dumas y EL CONDE DE MONTECRISTO. Nombres ilustres de la Historia de la Literatura. Después de haberlo leído, diría que los que ahora a estas alturas del siglo XXI se lancen a su lectura, se verán afectados por un sentimiento de viva emoción muy similar al que, sin duda, sintieron sus lectores del siglo XIX. Mi sensación es que Dumas, cuando concibió la novela, desechó la idea fácil de darle al lector directamente lo que éste deseaba: aventuras, intrigas, maquinaciones, equívocos; no, eso lo hacían muchos y por si solo no garantizaba el éxito; si Dumas lo tuvo fue, primero por que sacó el máximo partido de su extraordinaria calidad como narrador, segundo por que aportó una desbordada y formidable imaginación, y tercero por que creó una trama con personajes de sobrada entidad en busca de la consecución de un noble objetivo: hacer justicia, castigar el mal, y premiar el bien. Si todo esto además conlleva aventuras y peripecias tal como estaba de moda entonces, mejor. Pero el auténtico mérito, está en la confluencia de la idea generadora de la novela, con la calidad que Dumas atesoraba como constructor de historias y como escritor.

No obstante, la naturaleza y el carácter del folletín están muy presentes; se detectan sus inequívocos mecanismos que actúan como el armazón que soporta la historia. Necesariamente ha de ser así, siendo ésa la génesis ya desde su publicación. Esta condición folletinesca no hace desmerecer la novela, incluso en cierta medida es responsable de su éxito, también a día de hoy. Pero, eso es algo que cada lector juzgará según sus preferencias. Una de sus indudables cualidades, es el magnífico lenguaje con que está escrita. Une a su claridad, una brillantez envidiable, virtudes ambas que garantizan la diversión con su lectura. A eso hay que añadir, el ingenio y la perspicacia que maneja constantemente en los diálogos, cargados además de las sutilezas, los retruécanos, y los juegos de palabras, que la educación distinguida de la época exigía a las personas, sobre todo en el medio social en que se desarrolla gran parte de la novela. Otra de sus cualidades es la creación de una gigantesca trama de personajes con una extraordinaria fuerza dramática en la definición de sus caracteres. Recuerdo que cuando veía las series televisivas basadas en esta novela que se sucedieron a través del tiempo, me llamaba mucho la atención lo inconcebiblemente desmemoriados que parecían los protagonistas al no reconocer a la misma persona, por más que hubiesen pasado quince o veinte años y su condición fuese tan diferente. A mi modo de ver, aquel planteamiento tan optimista del autor no resultaba admisible. Ahora, al leer en la novela los detalles de la transformación de Edmond en conde, su tránsito me resulta absolutamente convincente, y ni por un instante lo puse en duda. Lo que me lleva a señalar el enorme mérito del texto y de la trama, que son los responsables de darle una apariencia creíble, a esa atrevida fabulación del argumento tan difícil de trasladar de manera creíble a una pantalla.

La novela, parte de la siguiente idea motriz: le cabe al protagonista, la posibilidad de impartir castigo para vengar el enorme daño sufrido urdiendo una gigantesca maquinación; tan milagrosa oportunidad, parece la manera con la que la Providencia sanciona a los distintos malhechores antes de que surja la duda final: ¿dónde están los límites de la mano ejecutora? Como planteamiento generador de la novela en su conjunto es perfecto, sobre todo por que tiene la virtud de desencadenar los sentimientos que anidan en el corazón de cualquier lector, revolverlos y zarandearlos llegando al límite máximo de conmoción que razonablemente puede soportar la persona que lee el libro.

Debo indicar también que algunas cosas no me gustan. Como decía más arriba, la transformación de Edmond me parece perfecta, tiene mala leche de sobra, y tiene la suerte necesaria (o el designio divino) para hacerse inmensamente rico. En cambio, ni Fernand Mondego, ni D´Anglars, tienen al principio del libro, un perfil humano que sea compatible con su perfil de veinte años después, en donde surgen como auténticas figuras de la vida social y económica del París de la época. Dumas lo justifica, enunciando (otra vez el designio divino) una especie de máxima fatalista que dice que Dios dirige el destino de los malvados por la senda del éxito, para antes o después acabar vertiendo sobre sus carnes con mayor fuerza aún, el auténtico poder de su justicia; aquí ya me parece un poco traído de los pelos el recurso a la Providencia, la verdad es que como justificación no me convence. También estorba un poco, visto desde nuestra perspectiva actual, la excesiva proliferación de tramas periféricas que giran alrededor de las principales; la mayor parte de los sucesos acaecidos en Roma, por ejemplo, me parecen desconectados o situados en otra novela diferente. En general, se puede decir que la parte central del libro está algo lastrada por esas historias demasiado desconectadas de la trama principal. La lectura de esta parte del libro, se hace hoy día un poco insustancial y asalta la duda de sí toda esta hipertrofia está inscrita dentro de la lógica de la novela y tiene en ella su legítima razón de ser, o acaso no será todo esto sino un obligado peaje, que el lector ha de pagar para satisfacer así la deuda contraída con esa especie de pecado original que es el folletín por entregas. Por que esta inflación de historias y personajes, en algunos casos sospechosamente superfluos, encajan a la perfección en el habitual mecanismo de funcionamiento del folletín. En fin, no sé sí estas cosas que menciono molestan a todo el mundo y suponen un lastre para la novela, o solamente me molestan a mí y resultan un motivo más de interés de ésta; en fin, cada lector resolverá a su conveniencia cuando lo lea. Lo que es claro, es que esa insipidez, si se da, es la consecuencia de un paginado excesivo y de un barullo de la trama superlativo, que hace que la parte central del libro sufra de una cierta pérdida de tensión.

Pero la posible relajación inducida en la parte central, acaba por dar sus frutos en el último tercio del libro. Allí, todo se desencadena en una apoteosis de sucesos que dejan al lector fascinado con lo que está leyendo; a partir de ahí la lectura se vuelve frenética y se comprende a la perfección por que tuvo tanto éxito el folletín, sobre todo constatando que aquí se roza la más alta calidad de creación, posible dentro del género. Es entonces cuando concluimos, que todos esos prejuicios acumulados durante años o siglos con relación al folletín como sistema, lo son a consecuencia de los excesos y desatinos a que llegó en su trayectoria, pero no tienen sentido, si el género se aborda con la categoría con que lo hace un escritor tan eficaz como Dumas. Hay que decir que EL CONDE DE MONTECRISTO, representó desde su nacimiento el paradigma de lo que puede llegar a ser una novela como icono del éxito popular en literatura. Por que lo que aquí estamos exaltando, son cualidades que están al alcance de cualquier lector, independientemente de su grado de exigencia. Seguramente fue ese, el único condicionante a que se obligó su creador: el intentar poner al alcance de todo el mundo su obra; para lograrlo, procuró dotar al libro de una calidad extraordinaria sin introducir elementos complicados que pudieran suponer un obstáculo para los integrantes del masivo y por entonces emergente sector de consumidores de novelas. Esa compaginación de intereses es la que ha convertido esta obra en un sofisticado ejercicio de equilibrismo entre calidad y popularidad, que pocas veces se habrá repetido tan eficazmente en la Historia de la Literatura.

Escrita hace 11 años · 5 puntos con 5 votos · @sedacala le ha puesto un 9 ·

Comentarios

@Faulkneriano hace 11 años

Anda, que casualidad. La siguiente en la columna de lecturas pendientes, segunda calle, estante segundo a contar desde el suelo, entre la literatura norteamericana y la latinoamericana. Palabrita. Hasta entonces, ni una idem. Prometo leer tu reseña, Sedacala, aunque creo que tardaré, porque estoy con Libertad, de Franzen, con un ensayo de historia, algún que otro comic, mi revista de cine mensual y un ensayo de historia. Allá voy, Edmundo.

@Faulkneriano hace 11 años

Un ensayo de historia, no dos: tampoco hay que pasarse. Sobre por qué el primer franquismo nos hizo a todos un poco más infelices.

@Poverello hace 11 años

Yo lo tengo en pendientes desde hace lustros. Lo señalaré, ay. Antes tengo 'Los miserables', algo de Galdós, hace varios días también pensé en Franzen y 'Las correcciones'... Con esta obra me pasa como me sucedía con Dickens: no encontraba el momento de meterle mano. Espero de todo corazón que el resultado sea el mismo, es decir, inmejorable.

@FAUSTO hace 11 años

Ya hacía tiempo que no se leían tus reseñas, sedecala, y, por lo que veo, has elegido un mal libro. Casualmente, hace muy poco, he rememorado esta obra con “El ingenuo” de Voltaire. Hay un paralelismo manifiesto en ambos escritos (¿Se inspiró Dumas en este pasaje del filósofo?), cuando el protagonista acaba en cierto lugar y un compañero de infortunio le instruye proporcionándole sabiduría, educación, cultura y le abre los ojos al mundo real. Los dos personajes, y como describes, sufren una transformación: consiguen conocimiento y cae el “velo” de la inocencia. En este caso, se pasa del cándido Dantés al justiciero-vengador Montecristo. Por cierto, Arturo Pérez-Reverte, un gran admirador de Dumas, rindió homenaje a esta escena con una peculiar y femenina versión en su novela “La reina del sur”.

Comentando tu crítica, estoy totalmente de acuerdo con tu parecer: gran calidad, imaginación y una excelente trama. Yo recalcaría la importancia y la atracción que posee un personaje como el Conde de Montecristo. Personifica todo lo que anhelamos tener. En un principio, Edmundo es una persona benévola, valiente, leal, integra, entusiasta de su trabajo, todo el mundo (o casi) le quiere, y además tiene el amor de su vida, ¿qué más se puede desear? Más tarde, perdido todo vestigio de lo anterior, se convierte en una especie de héroe con la única meta de hacer justicia. Y no sólo es su objetivo lo que fascina al lector y se siente identificado, sino la forma tan astuta, elegante e inteligente que urde para conseguir con honor su propósito. Se dice que la venganza es un plato que se sirve frío, Montecristo, todo un gourmet, lo ha convertido en un manjar.
Mi respeto por esta figura literaria me ha “impedido” leer la nefasta continuación: “La mano del muerto”. Todas las críticas que he leído destrozan al personaje.

También comentas el excesivo número de tramas y páginas, y lo achacas, acertadamente, al “canon” del folletín. En mi caso, hay argumentos más o menos interesantes pero todos válidos. Como explicas en tu último párrafo, todos confluyen y tienen su trascendencia e importancia en las últimas partes del libro.
Impresión que no tuve, ya comentada antes, con “Los miserables”, o con los folletines modernos como las sagas “Canción de hielo y fuego” o “Escipión” (en ambas obras he leído los 2 primeros tomos) donde aquí es evidente el relleno en alargar las acciones o al introducir intrigas adicionales. La maestría alcanza por Dumas en esta novela es difícil de emular. Suscribo tu frase: “…ha convertido esta obra en un sofisticado ejercicio de equilibrismo entre calidad y popularidad, que pocas veces se habrá repetido tan eficazmente en la Historia de la Literatura.”

También coincido en que es difícil llevar fielmente esta historia al cine o en formato de serie; sin embargo, hay una miniserie que se puede considerar, y salvando las distancias, una buena adaptación, lógicamente con algunos cambios, protagonizada por Gerard Depardieu (que hace un papelón) y Ornella Muti. El único lunar, pero bastante gordo, es el final que está forzado y no concuerda con el literario.

En fin, ¡chapó! a tu reseña o, para estar en consonancia con el autor, ¡Chapeau¡
Y parafraseando a Enrique IV: “Montecristo bien vale una lectura” (como mínimo).

@BriGid hace 11 años

Una gran película y libro entretenido, sin más dilaciones.

@Tharl hace 11 años

Se te echaba de menos por estos lares Sedacala. Gran reseña.

Siempre he tenido sentimientos controvertidos hacia Dumas (leí LOS TRES MOSQUETEROS y JAQUOT EL DESOREJADO) y recelos hacia su calidad. Le tengo como un G.R.R.Martín (que me encanta), ya que lo menciona Fausto: una calidad buena pero que no llega a la altura de los grandes, gran entretenimiento, un éxito atroz y un ejemplo paradigmático de la literatura de éxito de la época y sus gustos.
Tengo pendiente desde hace tiempo salir de dudas con su obra más famosa.

@BriGid hace 11 años

No creo que sea necesario en absoluto compararlo con los grandes ¿no creeis? cada escritor tiene su esencia y con ella le aceptamos, nos guste o no y así de simple es.

@sedacala hace 11 años

Tharl, no comparto esa idea tuya de que Dumas es un escritor de buena calidad, pero que no llega a alinearse con los grandes escritores de su época.
Lo primero que hay que decir, es que la factoría Dumas funcionó en su momento a toda maquina contando con la necesaria colaboración de otros escritores para poder completar las trescientas obras que escribió, sin contar artículos y otros trabajos. Alguien que funcione así, forzosamente tiene que tener altibajos y obras menores; pero no creo que sólo por eso, haya que colgarle el estigma de escritor, simplemente correcto.
Es verdad que leyendo EL CONDE DE M…, hubo momentos en que me permití dudar de su auténtica valía literaria, en parte por un lenguaje a veces simple, que parecía conducir la novela por la senda del maniqueísmo, y otras veces por tener la sensación de leer una trama demasiado predecible, demasiado mascada se podría decir. Pero, estoy hablando de momentos totalmente pasajeros, quizá de unas pocas páginas, lo cual en un libro de casi mil doscientas es poca cosa, para después de pasadas esas páginas, volver a contar cosas interesantes y totalmente impredecibles. Y así, más y más historias en las que otras tramas, complementaban a la primera y creaban nuevos focos de interés.
Estos momentos dudosos que decía, realmente sólo los tuve al principio, en ese momento en que aún la trama no se había diversificado. Pero luego, cuando la trama se desparrama, por así decir, te envuelve en sus tentáculos y otra vez estás leyendo feliz y contento.
Por eso me ponía yo un poco pesado en la reseña con el tema del folletín, por que creo que ahí está la clave de todo. Un folletín bien hecho, como este, le deja al lector turulato, entontecido, como inmerso en un mar de aguas embriagadoras que le adormecen y hacen que le parezca bien todo lo que lee. ¿Es una actitud artera? ¿Es un ardid de escritor taimado, o incluso eficaz? o bien ¿Es auténtica calidad literaria? Bueno, pues cada uno, claro está que después de leerlo, puede pensar lo que quiera. Yo, me inclino por opinar que se trata de auténtica calidad literaria.

@BriGid hace 11 años

Sedacala hablaste sobre mi comentario de una manera más extensa, ya veo que no me leíste eh jajaja

@Faulkneriano hace 11 años

Anoche, 24 de septiembre, a las nueve y media, comencé la novela. A ver cuánto me dura.

@sedacala hace 11 años

Que raro se me hace que no hubieses leído ECDM; una carencia así era una auténtica asignatura pendiente en tu currículum.

@Faulkneriano hace 11 años

1400 páginas: c'est tout, mon copin. Esa es también la razón de que no haya leído Los miserables (aunque Hugo me gusta mucho; más que Dumas, sospecho, del que solo he leído El tulipán negro y La reina Margot) y algún que otro tocho. En cambio hay libros gordos que no me amedrentan tanto. Los últimos con los que sufrí: La broma infinita, de Wallace, y Libertad, de Franzen. Guerra y paz la he leído dos veces (versión definitiva y primera versión, con distintos finales)

Empecé con El conde anoche, como digo, y no me disgustó: ya estoy metido en el castillo de If. La historia la conozco de sobra, porque se me quedó a fuego con la novela que emitió TV en los años chiripitifláuticos.

@Faulkneriano hace 11 años

Acabado queda El conde de Montecristo. Lo voy a echar de menos, la verdad. La experiencia me muestra que cualquier libro que se lea después de otro largo e intenso sabe a poco, así que elegiré del montón uno cualquiera.

La novela es un festín literario. Cierto que puede resultar premiosa, dilatada y que la calidad de la prosa no es nada uniforme: se notan claramente los pasajes de aliño, de transición, y los momentos culminantes, mucho más trabajados estilísticamente. La sucesión de lances es abrumadora. Es un argumento vasto y exquisitamente cincelado: se imagina uno a Dumas tomando un café tras otro, recorriendo a zancadas su despacho, trazando su plan de trabajo con su colega Auguste Maquet y trabando, antes de empezar a escribir la primera página, todos los episodios, todas las venganzas, todas los preparativos, todas las muertes. Qué delicia escribir e imaginar: y qué delicia leer, cuando la habilidad

Todos los episodios de la isla de If, Caderousse y la Carconte contemplando el diamante una noche de tormenta, la milagrosa llegada del Pharaon a Marsella, el asedio de Janina, la historia de Luigi Vampa y el carnaval romano, la búsqueda del tesoro, la primera aparición de Simbad el Marino en la isla de Montecristo ante Franz, la última entrevista con Mercedes en Marsella, la habitación de terciopelo rojo en Auteil, los manejos de los Cavalcanti, el duelo fallido, Noirtier dictando testamento, los entreactos en la ópera de Paris, la casa patricia asolada por los envenenamientos, la resolución de todas las venganzas. La sucesión de momentos narrativamente poderosos es agotadora.

La anagnórisis, la revelación súbita de la identidad del personaje, es un recurso que no falla, que hace las delicias del público teatral y novelístico. Y aquí se usa, según mis cuentas, hasta seis veces. Tampoco suele fallar el gusto por el disfraz. Y aquí Dantés usa hasta tres: Simbad el Marino, Lord Wilmore y el abate Busoni, de desigual interés. Aquí aparece el gusto de Dumas por lo folletinesco. El más sugerente es sin duda Busoni, que conecta con otro gran tema de la novela: la justificación a divinis de la venganza, asunto bastante delicado.

Dantés se convierte en una especie de superhombre nietzscheano, por encima del bien y del mal, un vórtice de poder, un individuo sobrehumano (a menudo se le compara con una divinidad) pero busca, una y otra vez, de forma poco convincente, el apoyo de la religión, sobre todo cuando piensa que su afán de venganza ha ido demasiado lejos. Duda y se angustia (y esto es un gran acierto) pero la argumentación flojea cuando sus acciones quieren verse como una especie de castigo “divino” y no enteramente humano. El carácter proteico y sobrenatural de Dantés es quizá lo más atractivo de la novela, pero da la impresión de que Dumas no se atreve a cruzar una línea roja e introducir al conde en la categoría de los supermalvados, de los demoníacos, como parecía pedir la enormidad de su afán de venganza: de ahí el final feliz y ciertos tardíos arrepentimientos.

La primera parte de la novela tiene un aire mediterráneo, lleno de sol y de luz, muy agradable: Marsella, Córcega, Roma, el mar abierto, la isla de Montecristo, las referencias a España. No creo que esté de más ningún episodio, como apuntaba alguien que no recuerdo. La segunda parte se centra en la alta sociedad de París, que, por necesidades de la trama, parece reducirse a tres nombres: Morcerf, Danglars, Villefort. Prefiero la primera, más libre y fabuladora, más alegre, aunque entiendo que la artillería gruesa se reserva para la segunda, más cerrada y folletinesca, con la ejecución de las venganzas.

Basta por ahora. Hamlet, sedacala, Fausto: yo también he disfrutado.