DESDE LOS INICIOS HASTA EL… ¿FIN? por FAUSTO

Portada de LAS MEMORIAS DE SHERLOCK HOLMES

Segunda serie de relatos sobre Sherlock, con la cual el autor consiguió, ante sus reiteradas negativas de seguir redactando más escritos del detective, una cifra exorbitante: 1000 libras esterlinas; convirtiéndose en el escritor mejor pagado de la Inglaterra de finales de siglo XIX.
Conan Doyle tuvo la clara intención de perpetrar un filicidio literario y enterrar, de una vez por todas, a sus celebérrimas creaciones. Sin embargo, no calculó la fortaleza y el cariño que habían alcanzado Sherlock y Watson entre la aceptación y simpatías de un sinnúmero de incondicionales (incluida la influyente madre del literato, su gran consejera) que pusieron el grito en el cielo ante el homicidio. Resolución que mantuvo firme durante 10 años, con una breve pero espectacular incursión con la publicación de “El sabueso de los Baskerville”, pero, al final, sucumbió ante el clamor popular.

“Memorias de Sherlock Holmes” es una colección de 11 historias cortas que poseen casi la misma estructura narrativa que las novelas: presentación con el “juego” de la observación y la deducción de un objeto cotidiano, exposición del caso, desarrollo de la investigación y explicación esclarecedora. Lo que otorga fascinación a estos escritos son las dosis de intriga que emanan de los misterios que, tras unos hechos inciertos o inexplicables y unas pistas desconcertantes y confusas, logran atrapar la atención y el interés del lector (el puro placer de descifrar el enigma), mientras se sigue con avidez las acciones y razonamientos del perspicaz protagonista.
Más que comentar los argumentos para evitar posibles spoilers (no he considerado como tal la “muerte y resurrección” del héroe, ya que es un contenido bastante difundido), prefiero incidir en otras cuestiones y anécdotas que afectan al particular mundo sherlockiano, tanto las personalidades como las actitudes que influyen en el desarrollo y la evolución de la obra.

En “La Gloria Scott” convergen varias similitudes con la novela “El signo de los cuatro”: presos, escapada de prisión, chantaje y el personaje que regresa del pasado. Pero lo más revelador de esta intriga, es que está considerado el primer caso de cierta importancia donde intervino un joven genio, con apenas veinte años. Y todo gracias al único amigo que tuvo en el colegio universitario. El relato al tener estas características, ofrece una particularidad inusual, ya que es contado por el propio Sherlock y la intervención de Watson es el de simple oyente.
La siguiente aventura del libro, “El ritual de los Musgrave”, se continua con otra descripción de Holmes, ya que es otro caso de su juventud, en concreto, el tercero de su carrera.

“El tratado naval”, la narración más larga de la serie, aparte poseer ciertos elementos oscuros para la resolución del misterio, contiene una de las más extrañas digresiones que jamás haya enunciado el detective. Mezcla dos temas: la naturaleza y la divinidad, que nunca antes había dado muestras de interés. En un momento dado, y sin venir a cuento, Holmes, al ver una rosa, empieza a filosofar sobre su belleza y su conexión con la Providencia. Disertación desconcertante, al no tener ningún propósito en el argumento, inclusive cuando en historias anteriores se ha dejado claro la escasa o nula inclinación del temperamento de Holmes por estos dos concretos asuntos.
Gesto que me recordó a lo que explica Umberto Eco para la elección del título de su novela “El nombre de la rosa” (Guillermo de Baskerville es un evidente homenaje), una cuestión confusa que apenas nada tiene que ver con el texto.

En “El intérprete griego”, empezamos a averiguar un poco más de la genealogía de nuestro ignoto amigo. En concreto, se hace mención y trabamos conocimiento con su hermano mayor: Mycroft. Como no puede ser de otra manera, tiene unas aptitudes extraordinarias. Posee dotes asombrosas de observación y deducción, siendo superior a su hermano investigador. Es memorable el duelo de inferencias que ambos mantienen ante las observaciones derivadas sobre un caballero elegido al azar. Doyle ha creado otro talento, algo sorprendente teniendo en cuenta la ojeriza que tiene por su creación más famosa; sin embargo, para no “pillarse los dedos”, le ha imposibilitado para el oficio policial y criminalista. Hubiera sido absurdo que su “odiada” invención conviviera y rivalizara con otra figura aún más excepcional.

En la última trama, “El problema final”, además de lo comentado al principio, surge un personaje significativo (más importante y fundamental en la pantalla grande y pequeña) en la historia homesiana, su archienemigo el profesor Moriarty. Como adversario tiene un carácter a la altura de su antagonista: extrema inteligencia (un cerebro puesto al servicio del delito, "el Napoleón del crimen"), intrépido, astuto y peligroso. No es casual su apariencia “reptiliana”. Un choque entre dos fuerzas de la naturaleza, el bien y el mal, que tiene como culminación un escenario sublime: las cataratas de Reichenbach. Como curiosidad, este paraje ideal para su “iluminada” idea del magnicidio nació en un viaje de placer con su mujer por tierras suizas.

Finalmente, me reafirmo en las excelencias de la serie de televisión (Granada Television en los años 80 y 90) que expuse como consecuencia de otra reseña. Por aquel entonces sólo había visto dos capítulos y ahora, con seis más pertenecientes a esta tanda de relatos, reitero la formidable ambientación, el gran trabajo de interpretación principal (Holmes: Jeremy Brett, y como Watson: Edward Hardwicke y David Burke) y, para mí, el punto más valioso es el minucioso cuidado y tratamiento de adaptación del texto original. Los guionistas se han permitido pocas licencias; sólo comenten dos alteraciones excesivas: el final de “El intérprete griego” con una conclusión más dinámica y diferente; y el principio de “El problema final” con el caso apócrifo de la desaparición de una obra de arte: “La Gioconda”.

Escrita hace 12 años · 5 puntos con 6 votos · @FAUSTO le ha puesto un 8 ·

Comentarios

@Faulkneriano hace 12 años

Buena reseña, Fausto. Los cuentos con un personaje tan fascinante como Holmes deben leerse así: con un ojo puesto en el argumento y otro en las pinceladas que el autor va soltando (a cuentagotas) sobre su criatura. Tengo por muy entretenida esta colección, aunque no recuerdo bien ninguno de sus en especial, salvo, claro está, El problema final, por razones obvias (lo que no quiere decir que sea el mejor)

@FAUSTO hace 12 años

Para mi es una fascinación que ha pasado una “dura prueba”. Tras el deslumbramiento de una lectura de juventud y ahora con esta segunda oportunidad, teniendo más criterio (eso creo) y experiencia en otros géneros de diferente calado, sigo pensando lo mismo que antes: Sherlock Holmes es uno de los grandes personajes literarios. Naturalmente se aprecian defectos e irregularidades, pero estas “nimiedades” se compensan y superan con los argumentos y la personalidad arrolladora del detective.
Otro de los grandes atractivos es la “intrahistoria” del mundo sherlockiano (de gran riqueza) y, por supuesto, el vínculo personal y la relación amor-odio del autor con sus personajes.

Y no, no es de los mejores cuentos “El problema final”, de hecho, lo considero el peor de la serie. Su aliciente estriba en el carácter de Moriarty y la conclusión. Incluso elimina todo posible suspense con el significativo título y las primeras líneas del relato.
Para mí, según la intriga, destacaría varios: “Estrella de plata”, “El ritual de los Musgrave”, “El enfermo interno”, “El intérprete griego” y “El tratado naval”. Aunque de todos se pueden sacar elementos de interés.

@Poverello hace 7 años

Cuando la criatura fagocita al autor, éste le suele tomar algo de coraje. La culpa de Conan Doyle, sino que no hubiera creado un personaje memorable. De no ser por él, el estilo práctico y pragmático del escritor habría cosechado más penas que glorias, pero es que Holmes resulta irresistible, por más años que pasen.

Lo terminé ayer noche y todavía ando dando vueltas a cómo es posible que se le tenga tanto afecto a un tipejo como este tan poco sociable. Será que Watson también resultaba increíblemente acertado.

@FAUSTO hace 7 años

Si que resulta algo paradójico que el tan deseado éxito de un escritor sea una carga o una losa insoportable para el autor. Vamos, que debe ser algo parecido a un sufrimiento de la mitología clásica y sobrelleva el castigo de un Sísifo literario.
No obstante hay otros “rara avis” en este sentido y Conan Doyle no es el único. El ilustre Cervantes se consideraba un poeta y siempre se sintió frustrado por no triunfar en el género del teatro; o como el genio del relato del terror, Poe, que siempre se valoró más como poeta que como cuentista. Supongo que habrá más ejemplos y ante esto sólo se puede decir la frase de un famoso torero: “Hay gente pa tó”.

Y en cuanto a Sherlock, que no me lo cambien. El personaje es todo un gentleman, de eso no hay duda, pero se le puede tachar de frío, insensible, arrogante, orgulloso, etc., y creo que ahí radica el atractivo del, como tu mencionas, tipejo. Si fuese todo un dechado de virtudes no habría lector quien le aguantase (o eso creo, ahí está el aforismo del torero) y el escritor no tendría ningún problema ni quebraderos de cabeza con la fama y el éxito. Sería un anónimo y feliz mortal más.