LAMENTO POR ÍCARO por _926_

Portada de METAMORFOSIS

Para mí, Las metamorfosis desarrollan dos magníficas teorías filosóficas. La primera va implícita en el título, es la del todo cambia, nada permanece; en palabras de Heráclito. No tenemos una forma fija, ni un pensamiento fijo, sino que cambiamos a cada instante, y al hacerlo cambia todo lo que nos rodea, y viceversa. Es un proceso recíproco. La segunda, que de algún modo está al servicio de la primera, quizás no sea más que el fruto de una enrevesada interpretación Wildediana por mi parte: es la superioridad de la belleza sobre todas las demás cosas, pensamientos o conceptos.
Las religiones mayoritarias (cristianismo, islam y judaísmo) proponen la personificación de todo el bien en un único dios, bueno y perfecto, que representa una verdad absoluta indiscutible e indeformable. Pero, ¿cómo explicamos entonces el crimen, la perversidad, el mal? Reuniéndolo todo en una figura simbólica contraria a Dios: el demonio. Los griegos y romanos no necesitaban de esta separación. Sus dioses podían asumir atributos buenos o malos, eran capaces de todo bien y todo mal. Esto no significa que estas civilizaciones no tuviesen conciencia, que no supiesen distinguir lo recto de lo perverso, el bien del mal. Al contrario, tenían unas normas civiles y un código ético asombrosamente avanzado para su tiempo. Pero ellos no intentaban aplicar estas mismas normas y consideraciones humanas a los dioses, no sentían la necesidad de personificar la perfección moral en un ser divino. Pero si necesitaban personificar la belleza. Ellos no adoraban a sus dioses por ser buenos, sino por ser hermosos, en todas las formas posibles. La belleza está por encima de todo, no puede ni necesita ser explicada, y escapa a la insoportable obsesión humana por medirlo y clasificarlo todo. La belleza está por encima de lo que es bueno y lo que es malo. Por eso se les permite a los dioses ser crueles, vengativos, cometer crimen y adulterio y derramar cuánta sangre mortal quieran sin cuestionarse si esto es correcto o no, pues los dioses son la belleza y la belleza es más importante que la moral, y no obedece a ningún criterio ni consideración. Tan solo podemos adorarla. Hay un poema de Baudelaire, Himne a la Beauté, que dice así: Que procedas del cielo o del infierno, ¿qué importa, ¡Oh, Belleza! (…) Si tu mirada, tu sonrisa, tu pie me abren la puerta de un infinito que amo y jamás he conocido? De Satán o de Dios ¿qué importa? (…) Creo que esto ilustra bastante bien lo que quiero decir. Por las mismas razones los dioses tienen derecho a juzgar los actos humanos aplicando las normas que más les convengan, siendo justos o arbitrarios, imponiendo los más crueles castigos u otorgando los premios más generosos, según les plazca. De este modo, la conversión en una nueva forma puede considerarse un alivio al sufrimiento o una salvación del peligro, como en Apolo y Dafne, o un castigo, como ocurre cada vez que interviene Juno para vengarse por los adulterios de Júpiter. Precisamente es Júpiter el único que, como dios más importante, imparte justicia de forma imparcial, y muy de vez en cuando.
La relatividad moral de los mitos grecorromanos fue muy criticada por algunos filósofos de ambas culturas, como Platón, que consideraba a los mitos un mal ejemplo. Siglos más tarde sobrevivirían como simples cuentos sin moraleja dentro de las sociedades cristianas, hasta que el renacimiento resucitó la admiración por la cultura clásica. Pero, ¿qué decir de la obra en sí? ¿Qué puede decirse de ella más que es infinitamente hermosa? Es también una de las más influyentes de todos los tiempos, sin ella no existirían otras muchas maravillosas obras de arte, como Apolo y Dafne, de Bernini, o las maravillosas pinturas de Herbert James Draper, a quien descubrí gracias a Ovidio, cuyo cuadro “Lamento por Ícaro” se ha convertido en mi favorito (aunque sea un completo ignorante en pintura) Al leer el final del libro a uno puede parecerle que, de algún modo, el propio Ovidio ya intuía la influencia que podría llegar a tener, pues escribe que sobrevivirá al tiempo gracias a la fama que su obra le dará.
De entre las 250 historias del libro, mis favoritas son la de Narciso y Eco, Apolo y Dafne, Dédalo e Ícaro, Orfeo y Eurídice, y otras menos conocidas como Príamo y Tisbe o Céfalo y Pocris.
Por cierto, el libro era prestado, digo era porque tengo la misma intención de devolverlo que su anterior dueño de leerlo. Yo le daré más cariño.

Escrita hace 12 años · 4.5 puntos con 2 votos · @_926_ no lo ha votado ·

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