OVIEDO 1885 por sedacala

Portada de LA REGENTA

Madrid, 1.875 titulé hace poco la reseña que escribí sobre la novela de Benito Pérez Galdós FORTUNATA Y JACINTA, y este mismo título serviría también para indicar la ciudad y el año en que Leopoldo Alas Minguez, pasó a ser por primera vez Leopoldo Alas, CLARÍN, firmando con ese apodo, su primer artículo en un periódico madrileño llamado El Solfeo. Pero Oviedo tiene una importancia capital en su obra y 1.885 fue el año en que se publicó LA REGENTA, de ahí el título de la reseña como remedo también de la anterior sobre el libro de Galdós.

LA REGENTA y FORTUNATA Y JACINTA, se consideran las novelas españolas más importantes de su época. Solo se llevan diez años, ambas son obras del realismo predominante y quizás haya otros nexos, pero a mi me parece que predominan las diferencias. La obra de Galdós reflejaba el mundo urbano de Madrid, ciudad grande; la de Clarín refleja el mundo de Vetusta, ciudad pequeña incluso con salidas fuera de ella al escenario rural circundante. Otra diferencia es el temperamento de sus autores, Galdós entrañable y simpático, Clarín adusto y severo (para sus alumnos era “un hueso”). El buen humor y la ironía que impregna todo lo que escribe Galdós, en Clarín es, a lo sumo, un humor ácido que surge solo de vez en cuando.

Pero, centrémonos en LA REGENTA; la trama principal de la novela, plantea el problema que sufre Ana Ozores cuando ha de enfrentarse a las asechanzas de dos hombres que se enamoran de ella. Ana es joven, guapa y educada, refinada incluso, y tras ciertos conflictos entre morales y religiosos muy propios de la sociedad pacata de la época, toma la decisión de concertar un buen matrimonio con el ya jubilado regente de la Audiencia de Vetusta, Víctor Quintanar, hombre cariñoso y cordial pero del que, obviamente, no está enamorada. La diferencia de edad entre ambos y la actitud de él para con ella haciéndola poco caso y tratándola más como padre que como esposo, da lugar a que se plantee el conflicto central de la novela. Y aquí intervienen los dos papeles masculinos importantes. Uno de ellos, Álvaro Messía, seductor recalcitrante y habitual de los salones y el casino, tipo gallardo y gentil, aunque carente ya del lustre de sus mejores años. El otro, Fermín de Pas, el Magistral de la Catedral, hombre más joven, de escasa vocación y enorme afán por medrar en la jerarquía de la Iglesia, afán atizado aviesamente por su madre, viuda de armas tomar con la que vive. Este es el triangulo que se dibuja en LA REGENTA. Alrededor de él se tejen una serie de historias de personajes secundarios, en las que se cuenta con rigor propio del naturalismo (Clarín admiraba a Zola) las penurias o el tedio en que vivía una buena parte de la sociedad. La novela está escrita con una prosa muy propia de la época, de fácil seguimiento y comprensión, que a mí, no me ha suscitado una especial admiración, aunque tampoco el más mínimo inconveniente.

¿Cuál es, se preguntará el lector que no esté en antecedentes, el conflicto que se plantea en la novela? ¿Cómo se enfoca la pugna entre esos tres personajes? Hay desde luego un caldo de cultivo principal que aviva esa conflagración, que es el formado por los estratos descollantes de la sociedad local, véase aristócratas de medio pelo que no se han ido a Madrid, acomodados propietarios, funcionarios de mayor o menor categoría, profesionales y algún otro estamento que sin duda me dejo. Uno de los objetivos de fondo de Clarín al escribir la novela, era reprobar la actitud de ese colectivo social que podríamos llamar: la buena sociedad de Vetusta, afeándole sus defectos y sus lacras y exhibiéndolos públicamente. Esa sociedad ovetense que no se lo perdonó fácilmente, le tachaba de hombrecillo raro, republicano y ateo, a pesar de que una de las obsesiones de Clarín fue siempre su hondo sentimiento religioso. Entre las lacras que crítica, la principal es la querencia por el chisme, las habladurías y los infundios, como forma entretenida de pasar las tardes del casino, creándose así un ambiente social opresor y asfixiante que cauterizaba los sentimientos y desembocaba con frecuencia en la desidia y el aburrimiento. Una mujer joven y guapa con un marido entretenido en otras cosas y dejada caer en esa sociedad lastrada por el aburrimiento, lógicamente se aburría. El papel de Álvaro Messía en esa situación es obvio, Anita era carne de cañón y el papel del seductor, de tan predecible se resiente. Aquí el autentico desafío es con el cura. Un prelado ambicioso, aparentemente devoto, pero de poca vocación auténtica, ¿a quien recuerda este hombre? ¿Pensaría alguna vez Clarín en la obra de Sthendal? Evidentemente sí, Clarín tenía un conocimiento grande de los movimientos literarios europeos y tenía que conocer el personaje de Julién Sorel. Pasemos a ella, ¿podrían, sus conflictos existenciales, su situación matrimonial, y su aburrimiento, ser una evocación de Emma Bovary? O tal vez, de aquella tocaya, universalmente conocida como esposa de Alekséi Aleksándrovich Karenin. No, el caso de esta última no parece tener casi puntos en común con la regenta, creo yo, pero con la Bovary, ya no estoy tan seguro. En cualquier caso los cito por ser de recurrente debate estas comparaciones. Sea como fuere, el lío de ella con Messía tiene cierta lógica, es previsible y su mayor interés es que funciona como contrapunto del otro amorío; pero la auténtica pugna trascendente de la novela es la que sostiene con Fermín de Pas, el sacerdote. La sutil manera en que Clarín va conduciendo la transmutación de este hombre, de virtuoso representante de la Iglesia en desquiciado varón de mente atormentada y dividida entre la pasión amorosa y la ambición por el poder eclesiástico, es el leitmotiv fundamental del libro. Al fondo del escenario está su crónica social de intencionalidad mucho más mordaz o reprobatoria que costumbrista (otra diferencia con el realismo galdosiano) y creo yo, adscrita al naturalismo

Todo esto, forma parte de un simple análisis de la significación de LA REGENTA, pero falta por decir como acoge el lector un texto largo y denso como éste. Mí apreciación es la de haber leído una especie de paradigma de novela clásica, con una trama compleja y atrayente de fondo y con una historia central que hace recapacitar y pensar lo que era aquella España de fin del siglo XIX, sabiendo que el problema planteado es intenso y difícil de resolver, pero que ya no va a plantearse más en el futuro, es un conflicto propio de su tiempo y de la estrecha moral de aquel pasado. En ese sentido, lo más interesante para mí, es ese paisaje de fondo de carácter naturalista que recrea los problemas de aquellas gentes, narradas con el sentido común y la seriedad de persona integra que siempre tuvo su autor, en el que resalta también la fotografía del decorado que compone la ciudad pequeña, húmeda, que mezcla el color pardo del gótico con el verde de los prados, quizá demasiado tranquila para algunos, pero deliciosa al fin y al cabo, llamada… Vetusta.

Escrita hace 12 años · 4.7 puntos con 9 votos · @sedacala le ha puesto un 9 ·

Comentarios

@SokraM hace 12 años

Muy agradable la reseña sedacala y, como viene siendo habitual en ti, también muy interesante. Sin embargo, aunque me duela, no puedo compartir tu entusiasmo por La Regenta.

En casa de mis padres, tan ilustre novela se encuentra, junto con las obras de Galdós y Blasco Ibáñez, en lo más alto de una estantería apodada, por su tamaño, "la Nodriza". El tema del tamaño no es ninguna broma: sus baldas superiores sólo son accesibles al lector si éste se digna utilizar una escalerilla de madera diseñada para tal fin. Como puedes imaginar, “la Nodriza”, a pesar de ser inmensa, no deja de ser acogedora y, cuando era niño, pasaba largas horas a sus pies, leyendo arropado por ese cúmulo de libros en altura. En esa entrañable situación me encontraba una tarde de invierno cuando ocurrió una de las “experiencias literarias” más extrañas y angustiosas de mi vida: La Regenta, edición en un tomo muy rígido , cayó (no se sabe muy bien el porqué aunque algunos lo atribuyen a que en ese momento andaba yo leyendo Harry Potter) trazando una línea perfecta desde su balda (a unos cinco metros de altura) hasta el dedo meñique de mi pie derecho. ¡Imagínate qué dolor! Desde entonces no me llevo muy bien con la literatura realista de nuestro país, y menos aún con La Regenta. Eso sí, siempre agradeceré que el libro cayera sobre mi pie y no sobre mi cabeza.
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PD: No vayas a creer esta milonga. No es más que una falsa anécdota con retazos de realidad que me sirve para ilustrar mi rechazo a los naturalistas españoles. Las pesadas clases de literatura del siglo XIX en el instituto hicieron mucho daño. Sin embargo, esta reseña y la que escribiste sobre “Fortunata y Jacinta” han dejado un pequeño poso de interés que tal vez crezca con el tiempo y me anime a leer sin prejuicios alguna de las dos novelas.

@Faulkneriano hace 12 años

Esta sí es una perla, Sedacala, y no la de Steinbeck. Y además escrita en un castellano perfecto: nada de prosa normalita, en mi opinión. Clarín es uno de nuestros mejores estilistas. La verdad es que una novela sí se merecía ya una reseña en esta página, y además bien despachada, como es el caso.

Para quien quiera hacer el tour decimonónico de las adúlteras hay que leer Anna Karenina, Madame Bovary, La regenta y El primo Basilio, como poco, aunque hay muchas más. Sorprende lo exitoso del tema con lo sojuzgada que estaba la mujer: verdaderamente, se le debía temer. De las cuatro, Ana Ozores es la más torpe (a la hora de cometer adulterio) y la que menos provecho le saca a la situación, aunque, para compensar, no es la más desgraciada. Vetusta, entendida como gigantesco fresco social, un retrato de la España de provincias de la Restauración verdaderamente monumental, es el verdadero protagonista de la obra. El censo de personajes, todos ellos con carne y sangre, es interminable, y el esfuerzo de Clarín por vertebrar semejante descripción sociológica (especialmente lo relacionado con el clero) alrededor del eje principal de la novela (que no es, o no sólo, la historia de un adulterio, ni los espejismos del ascenso social, ni la proverbial hipocresía burguesa) se corona con el más absoluto de los éxitos. Agotado debió quedar el pobre Clarín, magnífico autor de cuentos y de artículos periodísticos: sólo escribió otra novela larga, pero más modesta. Eso sí, gorda es un rato, y requiere tiempo: no se puede apoyar sobre la barriga a la hora de la siesta y es peligroso que se te caiga sobre el dedo gordo del pie. Honradamente, es el único defecto que tiene (o sea, ninguno)

@sedacala hace 12 años

Yo no dije prosa normalita, termino éste, un tanto despectivo que no quiero aplicar a Clarín. Pero, es cierto que su forma de escribir no me parece un elemento que llame la atención. Sería más bien el típico caso del arbitro del que se dice que "nadie se ha fijado en su actuación", lo cual quiere decir que ha sido perfecta. Eso es lo que yo recuerdo, ya hace tiempo, de su lectura, que no me llamó la atención. Y creo que sí fuese tan estilista como dices, algo habría notado. Coincido contigo en que el retrato de Oviedo es perfecto y que el retrato del ambiente de la capital de provincias de su época es paradigmático.

@Faulkneriano hace 12 años

Llamo gran estilista al que se permite iniciar la novela ("La heroica ciudad dormía la siesta...") con una espectacular descripción, casi entomológica, a vista de pájaro, de la ciudad desde el campanario de la catedral, descripción que suele estudiarse (los filólogos lo saben bien) en todas las facultades de España y por los hispanistas de todo el mundo. El final (y no es spoiler) es no menos contundente, un parrafito de línea y media: "Había creido sentir sobre la boca el vientre viscoso y frío de un sapo". Es lo que siente Ana tras un beso (no digo de quién) Y así todo el rato. Como bien dices, el buen estilo no es siempre el que más se nota (lo que no hay que confundir con la ausencia de estilo) Hay cuentos de Clarín tan bien escritos que cae uno de hinojos, que diría un clásico, irremediablemente.

@FAUSTO hace 12 años

Buena reseña sedacala. Como bien dices, las 3 novelas que mencionas son propensas a la comparación. Grandes obras con un tema común, pero cada una con sus características propias. Y como insinúas, tienen más paralelismos Bovary con Ozores. A grandes rasgos, creo que ambas utilizan el adulterio como un alejamiento hacia la sociedad asfixiante y con pocas perspectivas de realización para la mujer. Eso sí, con muy distintas particularidades personales y entorno social. Para Karenina un componente fundamental y diferenciador sería el enamoramiento.

Hay un aspecto, o mejor dicho una actitud, con la cual me gusta “examinarlas”, y es su conducta sobre la maternidad. El instinto materno de Emma evoluciona hacia la frialdad incluso hasta un comportamiento desnaturalizado, mientras que para Ana Karenina es un amor profundo y equiparable con su pasión por el coronel Vronsky. En cambio para La Regenta supone una posibilidad, una vía de escape para el aburrimiento y su matrimonio vacío. Y esta frustración de objetivos, imposibilidad de ser madre y de sentir alguna pasión por su esposo, desencadena su interés por Fermín. Que por cierto, es un acercamiento debido a un sentimiento de virtud, fe y de soberbia (es notorio su desprecio por todos), pues considera al Magistral como único miembro digno de Vetusta.

Aparte de las valoraciones sobre el estilo (me parecieron notables tanto el contenido como la forma), son destacables las dos frases que menciona Faulkneriano. Se pueden interpretar como dos “retratos” significativos de la ciudad y sociedad. En un principio y con una perspectiva objetiva y distante, Vetusta es un ente dormido, vulgar e inofensivo, que cuando se profundiza en su conocimiento es inevitable sentir la repugnancia de ese beso con que termina esta magistral historia.

Una novela totalmente recomendable, y siguiendo con la broma: merece la pena el riesgo de llevarse cualquier golpe, es una lectura que cae muy bien.

@sedacala hace 12 años

Coincido totalmente contigo en lo relativo a Ozores y Bovary, hastío, asfixia, tedio… todo eso y muchas más sensaciones parecidas, en un ambiente enrarecido y opresor.

Y desde luego, Anna Karenina responde a otras motivaciones, mucho más “corrientes” por así decirlo: amor filial, pasión, angustia ante lo inevitable; es otra cosa.