"SINUHÉ": ETERNO CLÁSICO DE CLÁSICOS por EKELEDUDU

Portada de SINUHÉ, EL EGIPCIO
El autor de esta reseña ha idicado que contiene spoiler, mostrar contenido.

Un antiguo cuento egipcio de base histórica, que data del Imperio Medio, nos habla de Sinuhé, un funcionario egipcio de la corte del faraón Amenemhat I que se exilia voluntariamente en Siria cuando el monarca es asesinado. Varios siglos más tarde, otro Sinuhé, también exiliado, pero no de buen grado sino por orden del faraón Horemheb, escribe sus memorias y comenta que, de algún modo, parece lógico que fuera tocayo del personaje de aquel cuento porque, como él, su historia estuvo íntimamente ligada a la de los poderosos y sus secretos. La historia de este segundo Sinuhé comienza cuando, bajo el reinado de Amenhotep III, es recogido por quienes serán sus padres adoptivos, Senmut y Kipa. Senmut es médico, y su hijo adoptivo seguirá esa misma profesión, en la que será todo un especialista. Para su desgracia, en Egipto sus servicios serán requeridos por la corte faraónica, en Babilonia por el rey Burraburiash, en Siria por Aziru, rey de Amurru. No es bueno tener demasiado contacto con gente que puede cortarle la cabeza a uno o que, por el contrario, puede ella misma terminar decapitada en luchas políticas justo cuando uno ya le ha tomado cariño. Y lo malo es que sólo la niñez de Sinuhé transcurre en un período donde, al menos en Egipto, reina la paz. En cuanto Amenhotep III pasa a mejor vida, le sucede en el trono su hijo, Amenhotep IV, que pronto cambiará su nombre por el de Akenatón e instaurará en Egipto un culto monoteísta al dios Atón. Sucede esto en el momento en que el clero del poderoso dios Amón está en la cima de su poder. Sinuhé tiene una pésima opinión de los sacerdotes de Amón, de cuyos engaños y codicia ha tenido ya alguna muestra. Serán inevitables las luchas entre amonistas y atonistas. Claro que estos problemas, al principio, no serán cosa de Sinuhé, quien tiene ya su propia desgracia cayendo seducido por una perversa mujer llamada Nefernefernefer que una vez teniéndolo a su merced lo despoja, no sólo de sus bienes, sino de los de sus padres, de los que es apoderado. Sin la menor compasión, Nefernefernefer arroja a la calle a Senmut y Kipa, que mueren al poco tiempo. Sinuhé se descubre sin dinero siquiera para darles un entierro digno, y no le queda más remedio que ir él mismo a la Casa de la Muerte a embalsamar sus cuerpos. Allí descubrirá que los sacerdotes, tras robar a los hombres mientras éstos viven aún, siguen robándoles después de la muerte. Decepcionado de los dioses y la religión, participa del saqueo de una tumba, y con sus ganancias se lanza a recorrer mundo en compañía de Kaptah, un esclavo desfachatado, pero fiel y renuente a pasar a nuevas manos.

Pero, ya se dijo antes, el mundo está convulsionado, en gran medida porque la primera potencia mundial, Egipto,se halla gobernado por alguien a quien casi todos creen loco y hereje. Además de su crisis interna, Egipto deberá afrontar querellas con los temibles hititas y las tropelías de una tribu del desierto, los khabiri, a los que un amigo personal de Sinuhé, Horemheb -el mismo que acabará desterrándolo- irá a combatir. En medio de tanta convulsión, Sinuhé irá perdiendo a todos los que más ama, en gran medida porque él no tiene el coraje para rebelarse y negarse a ciertas acciones, hasta terminar viejo, solo -salvo por la leal Muti- y exiliado. "Creo que el faraón Horemheb es en verdad tu amigo", le comentará Muti. Y probablemente tenga razón. Horemheb, sin quererlo, le hizo un favor a Sinuhé al alejarlo de la locura humana y las intrigas política. No es mal final para un libro poco alegre y del que se ha dicho que refleja el pesimismo de la posguerra.

Extrañamente, Mika Waltari cambia algunos nombres de ciertos personajes históricos. El príncipe hitita que en la novela se llama Shubattú, por ejemplo, existió realmente, pero su verdadero nombre era Zannanza. La princesa Baketamón, además, no existió nunca; la esposa de Horemheb en realidad se llamaba Mutnodjme y no guarda relación con la desafiante Baketamón. Estas modificaciones resultan extrañas, pero puede que Waltari se haya limitado a llenar vacíos en los conocimientos históricos del momento. Por lo demás, su visión de la revolución atoniana es ya un verdadero clásico. ¿Que si coincide con los hechos? Es muy difícil precisarlo, toda vez que los estudiosos cambian constantemente de opinión respecto a lo que creen fueron los hechos históricos. Tengamos en cuenta, por ejemplo, que antes se consideraba que las pirámides fueron constuidas por esclavos oprimidos y bajo capricho de monarcas despóticos, y ahora se tiende a creer que participar de su construcción representaba un orgullo para la plebe. No sé, entonces, si tiene sentido ser muy categórico al respecto, especialmente porque, con todas las fallas que pueda tener, uno lee SINUHÉ EL EGIPCIO y se siente zambullido en el Egipto faraónico como no consiguen hacerlo obras de Pauline Gedge o del mismísimo Christian Jacq. Y es que la base histórica es importante, pero el talento no lo es menos; y en este último aspecto, Sinuhé el egipcio arrasa con buena parte de su competencia.

Escrita hace 12 años · 3.7 puntos con 3 votos · @EKELEDUDU le ha puesto un 10 ·

Comentarios