IN IILO TEMPORE por sedacala

Portada de LA MONTAÑA MÁGICA

Hace ya varios años, tres o cuatro quizá, que leí LA MONTAÑA MÁGICA, entonces aún no había leído MUERTE EN VENECIA, MARIO Y EL MAGO, ni tampoco LOS BUDDENBROOK y por lo tanto fue mi primera lectura de Mann y mis expectativas eran en aquel momento, eso mismo, expectantes, no tenía ideas previas ni positivas ni negativas.

El libro es largo, más de 1000 páginas, pero no se me hizo pesado en ningún momento, y a pesar del tiempo transcurrido recuerdo perfectamente su lectura por lo que no me cuesta nada hacer una reseña, en absoluto. De hecho, recuerdo exactamente lo necesario para hacerla, es decir, conservo esa impresión de haber leído algo con sentido cabal, que tiene un significado profundo y que por esa autenticidad sigue ahí, impreso en el cerebro. Y recalco estas cosas por que soy irremediablemente olvidadizo, y de muchísimos libros queda tan poco en mi memoria, que difícilmente podría hacer una reseña de tres o cuatro líneas.

Empezaré por el principio, por la herramienta primordial del escritor que es el lenguaje. Thomas Mann es, en mi percepción particular sin ningún género de dudas uno de los escritores que se expresan con más claridad; su prosa es transparente como el agua, sus frases no se complican, ni se retuercen, ni se alargan, su objetivo es transmitir una historia de tal forma que se capte por el lector de la manera menos esforzada posible; así pues su escritura es sencilla huyendo de las complejidades. Pero, no sólo un texto claro debe utilizar la gramática de forma sobria para ser bien entendible, también los conceptos han de estar ordenados y debe haber una intención de no exponer ideas excesivamente confusas, o en una secuencia inadecuada, de lo contrario el idioma sufre y se empieza a torturar para resolver esas complejidades. Esto último, bien hecho, sería, sí se diera el caso, otra forma de entender el arte de la narración, igual de digna que la de Mann y que además da lugar también a magníficos escritores, algunos de mi gusto como H. James, por ejemplo, y otros no tanto como Juan Benet. Pero ahora hablamos del autor alemán y su estilo está claro que apuesta por la sencillez expresiva y por la racionalidad en la exposición de las ideas y los hechos.

Son muchos los detalles que me vienen a la mente hablando de LA MONTAÑA MÁGICA, pero el más recurrente, el que más huella deja quizá es el del “tiempo” como tema de la novela, naturalmente me refiero al tiempo cronológico, no al atmosférico aunque también éste tiene algún papel importante en la novela. Es impresionante ver como el escritor juega durante mil páginas con un concepto tan etéreo, tan inaprensible, como es el transcurrir inacabable de los días, adjudicándole un papel que compite en protagonismo con el propio Hans Castorp. Los personajes se sumergen allí en una especie de nube espesa que hace perder la noción del tiempo, digo nube porque parece un elemento más confuso que desoriente a los sentidos, pero en realidad es la propia montaña la que ejerce ese papel desorientador, La novela se supone situada en Davos, la estación invernal suiza centro del turismo alpino de más alto nivel, que en aquella época debía estar más centrada, sobre todo en verano, en el auge de los sanatorios antituberculosos, para los que entonces se recomendaba el aire seco y puro de la montaña; aunque lógicamente también se usaba para la creciente afición a los deportes de nieve y hielo en invierno.

Hay otro elemento fascinante, tal vez un poco mágico, que es el edificio. No sé por que me viene a la mente el hotel de EL RESPLANDOR, la película de Kubrik, no por que se parezca, sino por esa común percepción en ambos casos de que la edificación tiene personalidad propia. Es un sanatorio pero se comporta como una residencia donde las personas pasan a hacer su vida diaria como si estuviesen en su casa y ésta les acoge con calidez a pesar de su esencia clínica. Aquí están sus terrazas donde han de tumbarse en la hamaca plegable por prescripción facultativa y convenientemente tapados con manta porque puede ser baja la temperatura. Están sus salones donde llevarán una actividad social digna de los salones parisinos proustianos; estará también el comedor que da confortable continuidad a esas reuniones, agrupándolos por mesas; están lógicamente también la clínica y el despacho del director, especie de sanctasanctórum de la religión médica. Este ente arquitectónico, es el medio en que se sitúa la mayoría de la acción, y cuando terminas el libro te parece que fuera también tú propia casa.

Pasando a los personajes, hay algunos que están entre los mejores de la historia de la literatura; Setembrini es el mejor, es la voz de la experiencia, de la sensatez, pero también de la bondad y de un cierto inconformismo congénito; el director del sanatorio con su ambigüedad calculada también me encanta y tengo pasión por el personaje femenino, la rusa Claudia Chauchat y su enternecedora relación medio platónica, medio pasional, con el protagonista, el cual a su vez parece medio homosexual.

¿Cuál es el tema del libro? Se preguntará todo aquel que tenga alguna intención de leerlo. Básicamente, la estancia en el sanatorio de una serie de personajes enfermos de tuberculosis, esto es obvio, pero a partir de ahí poco más se podría decir de una forma sucinta. Porque en este sentido creo que a LA MONTAÑA MÁGICA le pasa un poco lo mismo que a A LA BUSQUEDA DEL TIEMPO PERDIDO, que sí lo vas a ver bien, no tiene prácticamente un argumento definido; desde luego ocurren cosas, pero nada que se pueda definir claramente con una descripción hilvanada. Simplemente pasa el tiempo y los residentes se relacionan socialmente y afectivamente entre ellos y charlan sobre cualquier tema posible. Sacar de algo tan poco definido un libro tan jugoso, da una idea de la capacidad de Mann para utilizar su creatividad y tejer casi hasta el infinito esa maraña de intensas relaciones humanas que se forma en la novela. La diferencia con Proust y su superlibro es que por razones de extensión (más de tres mil páginas) y del lenguaje que utilizan uno y otro, radicalmente distinto, mucho mas legible el del alemán y mucho más intrincado (aunque impresionante) el del francés, LA MONTAÑA MÁGICA es un libro de mucha mayor divulgación; que yo me atrevo a recomendar abiertamente a todo el mundo. Sin duda es uno de los libros que más me gustó hasta el presente.

Escrita hace 12 años · 4.7 puntos con 9 votos · @sedacala le ha puesto un 9 ·

Comentarios

@Poverello hace 10 años

Lo terminé ayer y aún ando rumiando. Muy buena reseña, sedacala a una muy buena novela, como debe ser.

Sólo un par de cosillas me surgen. La primera que aunque Mann -como bien dices- escribe con mucha sencillez y la lectura no es difícil -he tardado menos de un mes siendo más de 1000 páginas y alternando con otras cosas- también es necesario comentar que es una novela eminentemente filosófica -aparte de las claras referencias a la novela de iniciación-, con esos dos personajes principalmente, Naphta y Settembrini, que se pasan capítulos enteros debatiendo sobre algunos de los temas fundamentales que aparecen en la obra: el tiempo, la enfermedad, la muerte, la naturaleza humana..., que sirven de aprendizaje para Castorp y elaborados con una profundidad que hay que saber lo que se espera so pena de mandarlo el carajo.

Y también decir que me parece evidente la crítica ácida a la sociedad (incluso más bien clase social o burguesía) que vive una existencia aislada de los problemas del mundo y centrándose exclusivamente en sus propios intereses o preocupaciones personales, por muy ridículos que puedan parecer. Me recuerda sin duda a una escena evangélica, la del Monte Tabor: "se está aquí muy a gusto, hagamos tres tiendas". Ea. En este sentido, "La Montaña mágica" me resulta una obra profundamente triste y hasta desesperanzadora, por mucho que me haya reído con multitud de escenas realmente cómicas. De hecho Castorp decide bajar de las nubes por un hecho radical que sucede allá abajo, como lo llaman, y cuando ya no tiene 'referencias' digamos, en Davos.

Abrazos.

@sedacala hace 10 años

Gracias por tu elogio a la reseña, pero la verdad es que no lo merece. Y no lo digo por falsa modes-tia, es que estoy plenamente convencido de ello.

“La Montaña Mágica”, es una de esas novelas que impactan; para apreciarlo, no hay más que ver la unanimidad en las puntuaciones que tiene en SdL, que no son muchas por ser un libro que asusta por su extensión, pero que son muy altas (media superior a 9). Como decía en mi reseña, ¿Cuál es el tema que trata? ¡Vaya usted a saber! Se le podrían atribuir muchos, pero todos tocados un poco de refilón. Tienes bastante razón en eso de que es una novela eminentemente filosófica, pero eso no es un tema sino una característica de su manera de plantear los asuntos que se van tratando. Como tú dices: la enfermedad, la muerte, la naturaleza humana… El transcurso inexorable del tiempo, decía yo. Probablemente, para otros lectores serán otros los argumentos, ahí contenidos, que les habrán llamado la atención. Esa es una de las cualidades que hacen sobresalir esta novela muy por encima de otras: que tiene una enorme cantidad de aspectos destacables, en los que una pluralidad de lecto-res se pueden enganchar. A mi me llamó mucho la atención todo lo relativo a la edificación, que funciona como un contenedor con personalidad propia, tal como indiqué en la reseña; a ti te ha marcado más eso de la crítica social y los aspectos tristes o amargos del asunto. Otras personas ve-rán otras cosas, no cabe ninguna duda de que ese tratamiento filosófico que decías genera múltiples posibilidades. Y si buscas la opinión de la crítica, verás todavía muchas más interpretaciones posi-bles, algunas relacionadas con el momento histórico en que se sitúa, justo antes de la Gran Guerra. Por eso apuntaba yo al principio que esta reseña, que escribí hace ya un par de años, no me satisfizo en absoluto, por que creo que en ningún momento conseguí aproximarme, ni siquiera un poco, al objetivo de poner en valor las cualidades de esta novela para cualquier potencial lector.

Pero además, yo puntualizaría que todo esto es posible gracias a un extraordinario control de los mecanismos del lenguaje por parte del autor que al lector digerir unos contenidos que, en manos de otro menos hábil, podrían ser bastante soporíferos. En ese sentido, yo resaltaría las enormes dife-rencias que hay entre esta novela y “Los Buddenbrook”, novela que es exactamente lo opuesto a “La Montaña Mágica”, o sea una novela absolutamente convencional (pero extraordinaria). Es muy significativo, que Mann controle perfectamente la novela clásica y la novela de planteamiento atrevido.

Un saludo.

@Faulkneriano hace 10 años

Interesantes comentarios, sedacala y poverello.

Recordad que la novela se publica en 1924, cuando Europa, absolutamente aterrorizada, todavía no se ha recuperado de su Gran Guerra y los intelectuales, privados de toda certeza, andan chocándose por las esquinas. Es el fin de la creencia en el progreso ilimitado, en la perfectibilidad del hombre... el comienzo de una era oscura. En este sentido la obra es muy reveladora de esa angustia, como puede verse en su desesperanzado final. Mann excede mucho mis posibilidades de exégesis.

@Tharl hace 10 años

No se hable más. La montaña mágica va a ser mi próximo "tocho". Espero tener pronto tiempo para leer algo extenso de forma continuada.

Muy buena reseña Sedacala. Y comentarios.

@Tharl hace 9 años

Pues aquí uno se ha dado el alta, al poco de superar el ecuador de la montaña, sin permiso de Minos y Radamante. La montaña ha podido conmigo, me sientan mal esas alturas. Al llegar a la primera y largo tiempo esperada conversación entre Hans Castorp y Clavdia Chauchat y encontrarme con 7 páginas casi enteramente escritas en francés, he tenido la excusa perfecta para retirarme al mundo de los de abajo.

Comencé con mucha ilusión pero se me ha ido haciendo cada vez más y más cuesta arriba. Mann es demasiado alemán para mí, cada vez me gustan menos las novelas de ideas y estaba leyendo con desgana desde hace cien páginas. No es que no me estuviera gustando: como decís, la prosa de Mann no es nada soporífera a pesar de su contenido y podría haberlo acabado perfectamente. Además tiene momentos y aspectos realmente buenos, sobre todo la atmosfera mórbida del sanatorio, sin duda lo mejor de la novela; pero me doy cuenta de que por una cosa u otra mi lectura estaba siendo muy pobre y me he negado a seguir desperdiciando otras 500 páginas y mi tiempo correspondiente. A media que avanzaba notaba cómo iba adormeciéndose en la butaca el lector que hay en mí. Algún día leeré los Buddenbrook y decidiré si dar una segunda oportunidad a este novelón.

Estoy de acuerdo con casi todo lo que decís, como la prosa clara y expositiva de Mann. Pero no coincidimos en nuestra valoración de los personajes.
El pedagogo Settembrini lo único que me ha enseñado es un gran odio hacia los humanistas, y hacia los personajes-signo. El único aspecto en que me interesaba por el soso Ziemssen, por supuesto representante-signo supremo de los militares y la disciplina alemana, es la intriga de si tendré el gusto de verle morir y cuándo. Las ganas de ver al charlatán italiano y al soldadito de plomo bajando en trineo con los pies por delante es uno de los argumentos que más me ha costado vencer al abandonar la novela.
Clavdia Chauchat me interesa más, pero en lo que he leído su único peso en la novela, que no es poco, consiste en su mera presencia y el impacto que esta suscita en Hans.
Hans Castorp, sí que se salva. A ratos me cae simpático y a ratos le daría de bofetadas. En cualquier caso me parece un personaje soberbio, tratado con una bestial ironía y me doy perfecta cuenta de que tiene mucha más miga de la que le estaba sacando.

Lo cierto es que comencé la novela esperando encontrarme algo similar a Proust pero de estilo más sencillo. No creo que tengan nada que ver. Proust, desde luego, es incomparable.

Probemos con Los Buddenbrook…

@sedacala hace 9 años

Bueno pues, ante tú comentario, sólo puedo señalar la poca distancia que a veces puede haber entre una lectura satisfactoria y otra que no lo es en absoluto. Porque en tus comentarios se deja entrever, que algunas cosas de la novela sí te gustaron, incluso bastante, aunque no lo suficiente como para compensar las dificultades, innegables, que arrastra la novela por su gran extensión y por el carácter discursivo de su planteamiento.
De manera que si la sintonía no se produce, es inútil continuar tratando de absorber algo que de manera natural no entra.
La comparación con Proust, que yo me atreví a señalar en la reseña, sigo pensando que es buena y el hecho de que a ti te guste la obra del escritor francés y no te haya gustado la de Mann, sólo quiere decir que con uno has sintonizado y con el otro no. Pero si lo piensas fríamente, “A la busca del tiempo perdido”, es una obra muy exigente y por momentos difícil de asimilar, y si por casualidad esa asimilación se le atraviesa a un lector, puede irse todo al garete. No ha sido así en tú caso, pero puede ocurrir, como puede ocurrir en “La montaña mágica” lo que te ha pasado a ti. Lo que quiero decir es que son novelas complejas en las que se puede pasar de la satisfacción al desagrado por bien poco.
Los Buddenbrook, creo que es otra cosa que no tiene nada que ver porque es una novela que se puede calificar perfectamente como convencional y en ese terreno los riesgos son mucho menores.

@Tharl hace 9 años

Claro que hubo cosas de la novela que me gustaron, sin hablar de la sensación continua de que estaba realizando una lectura bastante pobre. Si te fijas le puse un 6 ¡y es un libro que abandoné! Claro está, cuando hablamos de mil páginas hace falta más que una valoración de 6 para continuar la escalada…

Me maravilla Proust -que a ratos puede ser mucho más pesado que Mann, ojo- por su inmensa consciencia. Leer A la busca del tiempo perdido es un continuo aprender a leer a Proust y aprender a leerle es aprender a ir más allá de las apariencias, contagiarse de la conciencia reflexiva y serena del narrador y de los sentimientos que acompañan a todo recuerdo, es aprender a tirar de un hilo sin soltarlo y sin renunciar a nada… Es adquirir una interioridad de una sensibilidad, penetrancia, y sutilidad qué más quisiera tener para mí…
En Mann buscaba algo parecido y no lo es en absoluto. Sus puntos fuertes y débiles están en otra parte. Eso es lo que explica que quien disfruta con La montaña mágica puede ser incapaz de terminar un solo volumen de Proust y viceversa. Yo sintonizo menos con Mann. A mí Proust me parece, como tú dices, más exigente; pero vaya si merece la pena…

Ya hablaremos en el futuro, lejano, de Los Buddenbrook

@Faulkneriano hace 9 años

Este verano, cuando estuve en Paris por primera vez, pude ver la habitación de Proust, forrada de corcho, con su cama estrecha, el retrato de su padre y su bastón de paseo, en el Musée Carnavalet. Ya sé que puede tratarse de una añagaza para turistas, pero... me hizo mucha ilusión, la verdad.

Me dispongo a leer las memorias sobre Proust que escribió su ama de llaves, Céleste Albaret. Ya os contaré.

Proust y Mann son bien distintos. A cada uno lo suyo.