LA LINTERNA DE DIÓGENES

Portada del libro LA LINTERNA DE DIÓGENES

Autor
ALBERTO GUILLÉN
ISBN/ASIN
9788488547460
Género
No Ficción
Editorial
AVE DEL PARAÍSO
Edición
2001
Creada por
Kinsey

Sinopsis

"[...] Alberto Guillén, que solo por esta obra ya discute a Mario Vargas Llosa la primogenitura literaria de la ciudad de Arequipa (donde había nacido en 1897), se plantó en Madrid en 1920 ahíto de arrogancia juvenil, dispuesto a situarse como uno más entre los grandes literatos españoles y a ceñir el laurel del éxito sonoro en la antigua metrópoli. La ambición fantasiosa es habitual en veinteañeros altivos; lo que no suele suceder a esa edad es que además la acompañe una erudición clásica, un estilo maduro, un vocabulario fecundo, un control pleno del tono y el humor, un dominio ciertamente insultante del retrato psicológico, un talento en suma tan cuajado como el que derrocha el autor de La linterna de Diógenes. [...] Sin más obra que los versos de sus cuatro poemarios ni más honores que un premio en un certamen arequipeño, el poeta de egotismos nietzscheanos devino furioso libelista y declaró la guerra a todo el estamento literario español, desde los autores más conspicuos a los oportunistas más evidentes, entrevistándolos a todos ellos, humillando por igual —merced al sistemático uso del off the record— a las figuras sagrados de principios de siglo y a nombres hoy justamente olvidados: Ricardo León, Gregorio Martínez Sierra, Azorín, Emilio Carrere, Baroja, los hermanos Quintero, Jacinto Grau, Concha Espina, Benavente, Julio Camba, Ortega y Gasset, Gómez de la Serna, Pérez de Ayala, Maeztu, Juan Ramón Jiménez, Palacio Valdés, Ramón y Cajal, Cansinos-Assens, Villaespesa, Marquina, Noel… Todos entraron al trapo de un falso carné que rezaba: Corresponsal de la Prensa Peruana en Europa. El escritor vive de vanidad y de vanidad muere, y todos desataron imprudentemente sus lenguas viperinas ante aquel joven periodista que prometía transportar el eco de sus santos nombres allende el Atlántico. Por el libro desfilan 34 españoles y cuatro hispanoamericanos afincados en Madrid de diferentes generaciones y movimientos literarios, epígonos de un romanticismo apolillado y renovadores ultraístas, filósofos conservadores y versificadores del modernismo, periodistas de celebrada ironía y dramaturgos millonarios, poetas insobornables y novelistas folletinescos, bohemios hambrentones y esnobs amanerados. Todos se destrozan entre ellos ante los oídos aparentemente distraídos de Guillén amparándose en la cláusula de confidencialidad, en la creencia de que aquel jovencito que fingía una logradísima ingenuidad respetaría el secreto de lo inconveniente y restringiría sus notas públicas al panegírico de curso común en la prensa cultural, hoy como ayer.

Pero Guillén, tras la entrevista del día, llegaba a su miserable pensión y transcribía el retrato menos favorable de los posibles, sin traicionar por ello la verdad de lo oído ni cansarse en apostillas personales más allá de sañudas descripciones físicas, que persiguen siempre un parangón zoológico en el aspecto de sus entrevistados. Si Diógenes vagaba de día por Atenas con su candil buscando un hombre honesto, uno que viviera para sí mismo, Guillén se postula cínico en Madrid a la busca de la honestidad extinguida de la fauna literaria, paseando más que una linterna un espejito de mano en el que reflejar —con aumentos deformantes, justo es decirlo— la miseria moral imperante entre los tenidos por los más venerables de toda colmena humana: sus artistas, intelectuales, académicos y poetas. Lo que fascina de Guillén es la seguridad desarmante que tiene en sí mismo, la temeridad victoriosa con la que desafía a gigantes y logra abatirlos con la fuerza refleja —como en judo— de su propia vanidad. [...]" (Jorge Bustos)

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